viernes, 7 de enero de 2011

El placer de la lectura


“¿Qué es lo que hay de deseo en la lectura? El deseo no puede nombrarse, ni siquiera (al revés que la Necesidad) puede decirse. No obstante, es indudable que hay un erotismo de la lectura (en la lectura, el deseo se encuentra junto a su objeto, lo cual es una definición del erotismo). ..
Así pues, la lectura deseante aparece marcada por dos rasgos que la fundamentan. Al encerrarse para leer, al hacer de la lectura un estado absolutamente apartado, clandestino, en el que resulta abolido el mundo entero, el lector - el leyente - se identifica con otros dos seres …. Todo esto acaba de confirmar que el sujeto-lector es un sujeto enteramente exiliado bajo el registro del Imaginario; toda su economía del placer consiste en cuidar su relación dual con el libro (es decir, con la Imagen), encerrándose solo con él, pegado a él, con la nariz metida dentro del libro, me atrevería a decir, como el niño se pega a la madre y el Enamorado se queda suspendido del rostro amado. El retrete perfumado de lirios es la clausura misma del Espejo, el lugar en que se produce la coalescencia paradisíaca del sujeto y la Imagen (el libro).
El segundo rasgo que entra en la constitución de la lectura deseante-y eso es lo que nos dice de manera explicita el episodio del retrete- es este: en la lectura, todas las conmociones del cuerpo están presentes, mezcladas, enredadas: la fascinación, la vacación, el dolor, la voluptuosidad; la lectura produce un cuerpo alterado, pero no troceado (si no fuera así, la lectura no dependería del Imaginario). No obstante, hay algo más enigmático que se traduce en la lectura, en la interpretación del episodio proustiano: la lectura – la voluptuosidad de leer – parece tener alguna relación con la analidad; una misma metonimia parece encadenar la lectura, el excremento y – como ya vimos – el dinero.
Y ahora – sin salir del gabinete de lectura –, la siguiente pregunta: ¿es que existen, acaso, diferentes placeres de la lectura? , ¿es posible una tipología de estos placeres? Me parece a mi que, en todo caso y por lo menos, hay tres tipos de placer de la lectura o, para ser más preciso, tres vías por la que la Imagen de lectura puede aprisionar al sujeto leyente. En el primer tipo, el lector tiene una relación fetichista con el texto leído: extrae placer de las palabras, de ciertas combinaciones de las palabras; en el texto se dibujan playas e islas en cuya fascinación se abisma, se pierde, el sujeto – lector: este seria un tipo de lectura metafórica o poética; para degustar este placer, ¿es necesario un largo cultivo de la lengua? No está tan claro: hasta el niño pequeño, durante la etapa del balbuceo, conoce el erotismo del lenguaje, práctica oral y sonora, que se presenta a la pulsión. En el segundo tipo, que se sitúa en el extremo opuesto, el lector se siente como arrastrado hacia delante a lo largo del libro por una fuerza que, de manera más o menos disfrazada, pertenece siempre al orden del suspenso: el libro se va anulando poco a poco y es en este desgaste impaciente y apresurado en donde reside el placer; por supuesto, se trata principalmente del placer metonímico de toda narración, y no olvidemos que el propio saber o la idea pueden estar narrados, sometidos a un movimiento con suspenso; y como este placer esta visiblemente ligado a la vigilancia de lo que ocurre y al desvelamiento de lo que se esconde, podemos suponer que tiene alguna relación con el acto de escuchar la escena originaria; queremos sorprender, desfallecemos en la espera: pura imagen del goce, en la medida en que este no es del orden de la satisfacción. En sentido contrario, habría que hacerse preguntas también sobre los bloqueos, los ascos de la lectura: ¿Por qué no continuamos con un determinado libro? … ¿existen unos mecanismos de atracción universales? , ¿existe una lógica erótica de la Narración? El Análisis estructural del relato tendría que plantearse el problema del placer: me parece que hoy día tiene los medios para ello. Por ultimo, hay una tercera aventura de la lectura (llamo aventura a la manera en que el placer se acerca al lector): esta es , si así puede llamársela, la de la Escritura; la lectura es buena conductora del Deseo de escribir (hoy ya tenemos la seguridad de que existe un placer de la escritura, aunque aun nos resulte muy enigmático); no es en absoluto que queramos escribir forzosamente como el autor cuya lectura nos complace; lo que deseamos es tan solo el deseo de escribir que el escritor ha tenido, es más: deseamos el deseo que el autor ha tenido del autor, mientras escribía, deseamos ese ámame que reside en toda escritura. Esto es lo que tan claramente ha expresado el escritor Roger Laporte: “una lectura pura que no este llamando a otra escritura tiene para mi algo de incomprensible…La lectura de Proust , de Blanchot, de Kafka, de Arteaud no me ha dado de escribir sobre esos autores (ni siquiera, añado yo, como ellos), sino de escribir.” Desde esta perspectiva, la lectura resulta ser verdaderamente una producción: ya no de imágenes interiores, de proyecciones, de fantasmas, sino, literalmente de trabajo: el producto (consumido) se convierte en producción, en promesa, en deseo de producción, y la cadena de los deseos comienza a desencadenarse, hasta que cada lectura vale por la escritura que engendra y así hasta el infinito. Este placer de la producción ¿es elitista, esta reservado tan solo para los escritores virtuales? Todo, en nuestra sociedad, sociedad de consumo, y no de producción, sociedad de leer, del ver y del oír, y no sociedad del escribir del mirar y el escuchar, todo esta preparado para bloquear la respuesta: los aficionados a la escritura son seres dispersos, clandestinos, aplastados por mil presiones.
Se plantea ahí un problema de civilización: pero, por lo que a mi respecta, mi convicción profunda y constante es que jamás será posible liberar la lectura si, de un solo golpe, no liberamos también la escritura.” (Barthes,R. El susurro del lenguaje. Barcelona. Ed. Paidós 1987, p. 44 - 48)

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